Puede resultar un plan atípico pero desde hacía tiempo me rondaba en la cabeza volver a sentir esa sensación de cuando era niña e iba a comprar al mercado de mi barrio con mi abuela.
Yo apenas me acuerdo pero sí que tengo varias imágenes clavadas en mi retina acompañando a mi
Yaya a la compra vestida de gitana.
No me preguntéis por qué, pero debía tener dos o tres años cuando los Reyes Magos me trajeron un vestido de lunares y volantes con sus zapatos de tacón y me hizo tantísima ilusión que no había manera de quitármelo.
Como tuve la suerte de ser la nieta que más tiempo pasó con la
Yaya antes de ir a la guardería y también, de ser su ojito derecho, la mujer me daba todos los caprichos y estar con ella en su casa era como una fiesta. Me dejaba maquillarme, disfrazarme con sus collares, sus tacones... en fin, todo lo que una niña podía imaginar, y yo feliz de la vida.
Y entre los caprichos, me dejaba salir a la calle y acompañarla a la compra de esta guisa. Así que estos recuerdos los guardo con especial cariño y cierta nostalgia.
Ahora aborrezco ir a la compra, de hecho es muy raro que sea yo la que vaya a las grandes superficies con la lista en mano.
Ya no quedan mercados como los de antes, de barrio, de los de toda la vida y me parecía muy triste que el Niño Molón se perdiera una experiencia como la de pasear entre puestos de frutas y verduras, entre la pescadería y la casquería...
Así que una vez más, nos liamos la manta a la cabeza y se nos ocurrió un plan molón.
Ahora que se están recuperando los mercados, aunque con una aire más moderno, decidimos que podíamos pasar una mañana muy entretenidos y en familia visitando un mercado muy castizo y allá que fuimos a visitar el
Mercado de San Fernando.

En estos tiempos en los que los mercados de antes, o bien echan el cerrojazo o se reconvierten en espacios gourmet, el Mercado de San Fernando ha apostado por continuar con su línea tradicional pero lleno de la fuerza y vitalidad de jóvenes empresarios.
Este mercado tradicional abrió sus puertas en 1944 con doscientos puestos y tras años nada fáciles, ahora consta de cincuenta y cinco puestos todos ellos con un encanto especial.
En nuestra visita pasamos por su patio interior que todos los sábados se llena de vida y de actividades para grandes y pequeños.

Pasamos por la charcutería, la frutería y hasta por la tienda de cervezas artesanas.

No pudimos dejar de impresionarnos por su curiosa librería donde se compran libros de segunda mano al peso.
Donde antes había una antigua pollería y casquería, ahora ocupa ese espacio este puesto donde podemos adquirir un kilo de libros por diez euros.
Aún se conservan las básculas y se utilizan para pesar los libros de cualquier estilo, gusto y temática.

Un paseo muy interesante por un mercado donde la agudeza y el ingenio están presentes en cada lugar y en cada puesto, como este de productos extremeños en busca de clientes, no es necesaria experiencia ;-)

Pasear entre sus puestos es conocer un trocito de historia del mercado y toda una lección de emprendimiento que nos imparten cada una de las personas, jóvenes y mayores, nuevos y antiguos que luchan por revitalizar el mercado y dar a conocer esta iniciativa de recuperación de los mercados tradicionales, además de una opción de autoempleo con alquileres a precios asequibles de los puestos que aún quedan libres.
Una mañana divertida y muy entretenida en la que aprendimos muchas cosas en el mercado.
